Dentro de una anormalidad supongo que imaginable, encaro hoy, mediante la
conducción de nuestro programa, y esta noche y mañana en Radio Nacional, y el
lunes con mi columna habitual en Página/12, el intento de volver a la normalidad
profesional. Acerca del hecho que involucra a mi hijo ya dije lo que sentí que
debía decir públicamente, en dos oportunidades. Más lo transmitido en estricta
privacidad a la familia de Reynaldo Rodas. De mi parte, que no se cuente con
agregarle dolor a tanto dolor. Y que se haga estricta justicia
(Eduardo Aliverti -02.03.13....)
Oposición automática
Por estos días, el firmante escuchó acuñar una definición
que, quizá, no esté
Revestida de originalidad; pero sí de potencia semántica:
“la oposición automática”.
Como figura coyuntural, alude a la actitud observada por
todas las franjas opositoras
-o, al menos, a través de algunas de sus figuritas
mediáticamente más expuestas-
durante el debate parlamentario por el acuerdo con Irán. Y
en efecto, entre los
cuestionamientos interpuestos al canciller Timerman fue
imposible encontrar uno solo
que, centralmente, dejara de apuntar a la controversia por
la controversia misma. Vale
aclarar que no se trata, siquiera, de refutar la dureza de
esas impugnaciones. Es bueno
que una oposición, cualquiera, exija al máximo en ese
terreno. Lo contrario sería
renunciar a la necesidad de pensamiento crítico, y a su
eventual correlato de denuncias
fundadas. Pero sí es cuestión de la nobleza de las armas
esgrimidas. Dejemos de lado
la curiosa intervención del diputado macrista Federico
Pinedo, en tanto respetable y
respetado caballero de derechas, quien incurrió en el
disparate inconcebible de mezclar
la cosa con el holocausto del pueblo judío. No contemplemos
tampoco la recurrente
actuación autosacrificial de Elisa Carrió: ya se sabe que
viene de quien dejó hace rato la
actividad política, propiamente dicha, para dedicarse a
destruir todo lo que supo edificar
y aplicar sus brillantes dotes oratorias a un rango de
actriz de telenovela. Sólo referimos
que la demanda de explicaciones opositora, en general, se
desinteresó por completo de
plantear una alternativa, capaz de expulsar del freezer la
impunidad segura del
atentado a la AMIA. No estamos diciendo que esa tranquilidad
de los culpables habrá
de derretirse, por haber llegado a un “convenio” con la
teocracia presuntamente
culpable. Sin embargo, hay dos aspectos insoslayables: a)
esa presunta culpabilidad es
marcada por la línea de intereses e investigación de la
sociedad entre Estados Unidos e
Israel; y b) son ya unos 20 años de seguir esa línea sin
resultado alguno, incluyendo a
la protagónica o secundaria conexión local, como para
rechazar así porque sí una
pequeña ventana de avance. En el más terrible del peor de
los casos, lo que salga de la
instancia que se abrió jamás será más dramático que dos
décadas sin culpable alguno.
Entonces, ¿es institucional e intelectualmente honesto
consagrarse a la exclusividad de
bastardear el intento? ¿Es creíble que en aras de una movida
o realineamiento de
política internacional, “denunciado” sin prueba alguna, el
gobierno argentino se haya
sentado a negociar muertos?
Estos avatares del acuerdo con Irán y de su polémica
parlamentaria son nada
menos, pero nada más, que una punta coyuntural aplicable al
resto de los temas. Los
de auténtico interés colectivo, o los de interés solamente
mediático. “Lo de Irán”
aparejó, por ejemplo, una previsible indignación a raíz de
que el oficialismo manejó su
quórum en la Cámara Baja, pasando funcionarios a rol de
diputados y luego el
viceversa. No fueron diputruchos y en consecuencia es impertinente
hablar de
ilegalidad, aunque sí de que la ética a secas no se sintió
muy a gusto que digamos.
Pero tampoco se debería pasar por alto que el lobby de
algunos dirigentes de un par de
organizaciones de la comunidad judía, sobre diputados de la
oposición, vendría a ser
igual de execrable. Uno imagina que de aquel resto de temas
hay otros bastante más
sensibles a la piel popular. Sin ir más lejos, el conflicto
de la paritaria docente y el paro
de los maestros en la provincia de Buenos Aires. ¿Es justo
que le carguen al gobierno
nacional las faltas de acuerdo distritales con los
sindicatos de la Educación? ¿No era que
este es un país federal? Si el gobierno bonaerense no aplica
impuestos para extraer
más de quienes más tienen, y en consecuencia no recauda de
donde debe (o si lo
hiciera pero tampoco alcanzara), ¿no hay clases en “la
Provincia” por responsabilidad
de Casa Rosada? ¿Hablan de esto los catones de la oposición?
Si es por lo ético, ¿es
justificable que lo ignoren en aras de que no renuncian a un
Scioli erigido como gran
esperanza blanca? Esta ruta de análisis continúa por casi la
totalidad temática. Si es por
la inflación, quiénes forman los precios: al kirchnerismo le
corresponde cargar con no
saber, no poder o no querer ejercer el manejo
supraestructural sobre ellos. Pero la
oposición incurre directamente en vileza, al ignorar la
responsabilidad inflacionaria del
sector privado. La “inseguridad” carga su analogía con eso:
en ese/este país federal,
parecería que cada crimen, cada asesinato, cada delito, le
es adjudicable a un ser
supremo que habita enfrente de Plaza de Mayo; y no a las
mafias policiales y judiciales
que moran en provincias e intendencias, con la mayor o menor
acción u omisión de
quienes las gobiernan. Es una paradoja francamente
interesante: los que se desgarran
las vestiduras por la afectación de las instituciones de la
República son los primeros en
desconocer cómo funcionan.
Esa lógica del facilismo analítico, que obtura abordar la
complejidad de los
procesos sociales, económicos, siempre finalmente políticos,
fue abordada en forma tan
sencilla como contundente por el sociólogo Carlos de
Angelis, en una columna que el
miércoles pasado publicó
Página/12
. El autor se aplica únicamente a que, año electoral
de por medio, vuelven a surgir nombres de famosos para
ocupar espacios en las listas
de candidatos. “Famosocracia” es el título ad hoc de la
nota, pero al suscripto le parece
que sus alcances exceden a las estrellas mediáticas de
diferentes ámbitos. Dice de
Angelis, respecto de los opinators con entrenamiento actoral
generalizado, que
“(...) el
público-votante-espectador-ciudadano los comprende
rápidamente, (...) lo cual genera
empatía e identificación, como un tío divertido en una
fiesta de fin de año”. (...) Desde
sus posturas ‘despolitizadas’, despiertan filosos
comentarios que penetran en los
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hogares con más facilidad que cualquier alocución en un acto
solemne”
. Y remata:
“(...)
Los débiles compromisos partidarios o ideológicos de los
famosos, en la arena política,
también les permiten abordar o expresarse sobre determinadas
cuestiones sin esperar
avales, o depender de la ‘coherencia partidaria’. (...)
Suelen tener tanta facilidad para
manejarse ante las cámaras como para escaparse con gran
habilidad de los temas
controvertidos, o que les exigen consistencia o capacidad
analítica. ‘No soy político’,
responden. También (...) se debe decir que frente a la
desaparición de las
representaciones político-ideológicas con plataformas,
programas y propuestas, los
famosos conforman otras representaciones: las de un relato
del triunfo individual sin
historia y sin compromiso más que, claro está, con la
gente”.
El periodista se pregunta
si los comprendidos en este tipo de relato hipócrita y
egoísta, tan bien descripto por el
sociólogo, son sólo los miembros del vedetismo mediático. Y
de quienes los consumen,
por cierto. ¿No hay también algo o muchísimo de eso, de ese
relato descomprometido,
entre una “clase” política que -con o sin training
mediático- sólo se reconoce en la
demagogia de prometer que el paraíso está a la vuelta de la
esquina? (con el agravante
de que la enorme mayoría de sus actores ya tuvo su
oportunidad ejecutora o legislativa,
para que así nos fuera).
La Presidenta dio ayer un discurso que, objetivamente, es
juzgable como
descomunal. Aunque sería lícito, no es la intención que el
adjetivo incluya,
principalmente, haber hablado casi cuatro horas sin recurrir
a papeles más que en lo
imprescindible de datos numéricos puntuales; mostrar una
seguridad impertérrita en
todas sus oraciones, gestos e inflexiones vocales;
exhibirse, en síntesis, como una jefa
de Estado con la que se puede coincidir mucho, poquito o
nada. Pero jefa de Estado sin
la más remota duda. Repasó no uno sino diez años de gestión.
No agredió en ningún
concepto. Abrumó con ejemplificaciones y propuestas de
gestión, en todos los ámbitos
del ejercicio gubernamental. Se reveló didáctica en materias
que el falso sentido común
secundariza, como al recordar que el pago de impuesto a las
ganancias por parte de los
jueces ya fue aprobado por el Congreso hace añares; y
rechazado por la Corte Suprema
en 1996. Evidenció las maniobras de corporaciones de prensa
con el negociado de las
AFJP. Hizo otro tanto con la complicidad de sectores de la
familia dirigencial judía en la
impunidad del atentado a la AMIA, ahora que esos mismos
sectores le cargan traficar
muertos. Y de yapa avisó que no se reformará ninguna
Constitución.
Frente a esa secuencia impresionante de conceptualización y
señalamientos, aun
incluyendo que a Cristina le faltó autocrítica, fue más
¿asombroso? todavía el vacío de
opiniones opositoras que no fueran eso: no decir ni mu. O
remitirse a “me voy de acá”,
“quiere avanzar sobre la Justicia” (¿Por qué? ¿Quieren
dejarla como está?) y muy poco
más. O más bien, nada. Quien habla no recuerda semejante
estado zombie, de toda
una oposición junta, al cabo de un discurso presidencial de
apertura de sesiones
legislativas.
Se aceptan retruques, por supuesto. Pero que no sean putear
por putear, porque
después se preguntan por qué en las urnas gana esta
administración desde hace varios
años y por qué es la única que moviliza con sentido
ideológico. Y la única respuesta que
encuentran es seguir puteando.
Fuente: MARCA DE RADIO, sábado 2 de febrero de 2013
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