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Ilustración de Bob Row |
Hola. Somos Marca y soy Eduardo.
Ustedes saben que no es mi costumbre escribir por esta vía. Ni siquiera lo hice el sábado pasado, cuando ya estábamos enterados de que durante dos semanas consecutivas no tendríamos programa. Hoy, en cambio, sentí la necesidad de decirles, en forma personal, que lamentamos -mucho- no estar al aire.

Quiero decirles que comprendo que se hayan enojado y que puteasen en todos los colores. Pero en cualquier caso, ya son un montonazo de años de respetarnos y querernos mucho. Y de saber que siempre estaremos con ustedes. Que siempre volvemos de donde nunca nos vamos.
Les dejo el
editorial. Hasta el sábado que viene. Al aire. (Eduardo)
A estar por los gestos y declaraciones de los
contendientes, que tanto pueden deberse a las perspectivas reales como a
talantes de póker, Argentina y los buitre marchan a un encontronazo “final”
capaz de dejar al país en situación de default técnico. Es recomendable, por
tanto, insistir en la consideración de ciertos datos objetivos, alejados del escenario dramático, e incluso
catastrófico, que colorean algunos medios y sus opinólogos operadores.
Esta columna es redactada sabiendo que la
posibilidad de ese escenario sería tan factible como la de cambios de último
momento.
No son pocos quienes estiman que la cuerda sigue tensándose hasta el
máximo al solo efecto de que una de las partes, o ambas, deban finalmente
ceder. Del mismo modo en que las afirmaciones de unos y otros sugieren un
callejón sin salida, los grandes ámbitos, índices y jugadores financieros,
locales e internacionales, contradicen un clima ruinoso.
En cualquier orden de
importancia, el blue no pega saltos significativos; el riesgo-país continúa
bajando; el “contado con liqui”, que es el dólar acreditado en cuentas del
exterior mediante operaciones en blanco, opera por debajo de los 10 pesos y eso
indica la llegada de divisas que apuestan a activos domésticos.
Los diarios y
analistas especializados en economía, que no son precisamente un canto al
progresismo, señalan en su mayoría que no hay ánimo litigante entre los
inversores. The New York Times editorializa que Thomas Griesa no entiende nada,
y que recién ahora “está aprendiendo lo complicada que puede ser la vida para
un juez cuando busca controlar las acciones de un Gobierno soberano”.
El Indec
reconoce que la actividad económica no reacciona, tras una caída de 0,2 por
ciento en mayo que se suma a las bajas de marzo y abril; pero a nadie se le
antoja la relación entre eso y el choque con los buitre.
Wall Street anotó al
cierre del jueves un nuevo récord, que fue incrustado como noticia entre las
coberturas de la batalla judicial. Prosigue la vuelta a manos argentinas de
compañías extranjeras: la última es de las empresas que operaban la
distribución de gas en Córdoba, La
Rioja, Catamarca, Mendoza, San Luis y San Juan (¿tan
distraídos son, como para confiar en la salud económica de un país que por obra
del default se encaminaría al precipicio?).
Lo que sigue es el segundo, último y provocativo tramo del artículo escrito en Página/12 por el economista y sociólogo Rodrigo López, el miércoles pasado. Dice López, al reflexionar sobre la naturaleza de los fondos buitre en el capitalismo actual: “¿Hasta qué punto son (los buitre) disfuncionales al sistema? El caso argentino muestra que gozan de la protección y fomento de los Estados Unidos. Más allá de las declaraciones políticamente correctas que puede hacer el mismo presidente, que trota sonriendo para anunciar el derribo de un avión civil en un teatro bélico nuclear, la acción u omisión del dueño de casa da señales de este apoyo. ¿La geopolítica norteamericana dejaría que un aliado como Corea del Sur o Israel colapse por el martillo de un juez octogenario de primera instancia? Más bien, convendría empezar por reconocer que los fondos buitre son funcionales a los Estados Unidos, haciendo la tarea sucia que no pueden hacer con la diplomacia y tal como en el pasado estaban al servicio de la noble corona británica. Esta delicada situación nos debería servir para recordar que, puertas adentro, fueron los militares argentinos de la última dictadura los verdaderos apátridas, alcahuetes de West Point, quienes entregaron por primera vez la soberanía judicial. Hoy no falta quien, sin pudor, aspira a ser presidente diciendo frases como ‘hay que hacer lo que Griesa diga’; mientras otros, no menos temerarios, adelantan orgullosos que ya tendrían apalabrados bancos del exterior, para financiar una nueva estafa al pueblo argentino”.
El firmante coincide con el miembro de la Cátedra Nacional Arturo Jauretche en la proyección principal del análisis porque, siempre, tendrá validez el castigar a países como Argentina, capaces de desafiar el/un nodo de los intereses imperiales.
Haber provocado y conseguido la aceptación
del quite de deuda más formidable de la historia podrá encajar con el apetito
timbero internacional, porque de todas formas obtuvo un rédito que -así fuere
menor al convenido- no deja de ser encantador.
Pero como moraleja política es
intolerable, o por demás contraproducente, para la autoridad del amo. En
efecto, Griesa, su mediador, sus amigos ideológicos internos y externos, juegan
el papel que por corrección institucional le está vedado a Washington.
Se trata
de que nos aleccionen, es cierto, aunque cabría un matiz en cuanto a la
totalidad de ese concepto: los buitre son el Imperio, y los intereses
especulativos del mercado financiero, tanto como lo es el 93 por ciento de los
bonistas que sí aceptó el asalto a su tasa de ganancia.
Se revela así algún
grado de contradicción, no menor, hacia dentro de la maquinaria. Como botón de
muestra, el Citibank reveló incertidumbre sobre el accionar a seguir. Y algunos
de los propios organismos internacionales que son la quintaesencia de los
programas brutales de ajuste, como el FMI y -con un rostro más aséptico- el
Banco Mundial, manifestaron su alarma a raíz de lo derivado por el fallo del
juez neoyorquino. Serán unísonos en la estrategia, pero no en la táctica. Y aun
lo estratégico muestra fisuras: el potencial productivo de Argentina y el aire
de negocios favorable que eso (les) implica choca, de frente o costado, contra
la voracidad “ejemplificadora” de los intereses político-financieros encarnados
por el decrépito Griesa y el lobby de Singer&Cía.
En la estricta coyuntura, tampoco se ve cuáles podrían ser en nuestra economía cotidiana las consecuencias fatales de una falta de acuerdo. ¿Alguien piensa acaso en un colapso de las cadenas de pago, en la provisión de insumos, en una escalada inflacionaria descontrolada o en rayos y centellas por el estilo? ¿Cuáles serían los motivos técnicos para que algo así sucediese? Ninguno, o por lo menos ninguno que se relacione directamente con el episodio buitresco. A derecha e izquierda, la coincidencia es casi unánime sobre la necesidad de dólares que tiene Argentina para sostener su crecimiento real y potencial. De allí proviene la resolución de los pleitos con Repsol y el Club de París; y el arreglo con los buitres era y es una suerte de último paso para dejar saldadas las grandes cuentas pendientes, de cara a un panorama de mayor confianza externa para conseguir financiación. Ese paisaje podría atravesar una zona de turbulencia si no hay caso con el problema en sede neoyorquina, pero estimar que consistiría en un golpe mortífero no tiene pies ni cabeza.
Si los respaldos alcanzados por Argentina en la escena internacional
pueden razonarse como meramente declarativos, la corriente favorable de
inversiones en área estratégicas es bien concreta.
Para reiterar lo afirmado en
esta columna la semana pasada, puede cuestionarse que se trata de grandes
negocios de élites empresariales y no de una expansión más abarcativa de
pequeños, medianos e integrados actores locales. No es esa discusión lo que
está en juego, sin embargo, si el tema reside en medir el riesgo de un default,
desde su misma definición. Imposible no coincidir cuando se pregunta de qué
default están hablando, si el país paga. Por otro lado, que es sustancial, ese
término resulta asociable, de inmediato, a la calamidad vivida en 2001. Y nadie
en su sano juicio puede creer que la situación es remotamente parecida a la de
entonces.
Estamos así frente a una contienda que, muy antes de graves aspectos
técnico-financieros, de macro economía o de presunciones asentadas en
catástrofe inminente, pasa por el tráfico informativo. Más luego, no es
imposible pero sí difícil de creer que, en la hipótesis de un contexto
dramático, una parte sustantiva del pueblo argentino no vaya a reaccionar en
defensa de sus intereses patrióticos. Sonará sensiblero, pero este periodista
cree que son las palabras justas.
Si nuestro horizonte de corto y mediano plazo fuera realmente calamitoso, a raíz del dichoso default técnico, no debería indagarse la causa en ahogos financieros de las cuentas externas. Habría que apuntar a la incapacidad o falta de entusiasmo social para abroquelarse contra una extorsión foránea; a la complicidad de una oposición ventajera, tilinga; a la falta de habilidad del Gobierno para tripular un huracán de amenazas, que los medios amanuenses o comandantes del tipo de interés buite azuzarán -como ya lo hacen- hasta el hartazgo.
Dicho de otra manera, si ocurriere aquello que, ahora dicen, es lo peor, no tendríamos que hurgar afuera sino bien acá, entre nosotros.
Eduardo Aliverti
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