21/11/14

(el dolor de ya no ser) ...Portugal y aquellos fusiles en flor



  - ¿Tiene un cigarrillo?-
  Lo siento no tengo. No fumo, nunca fumé. 
La conversación entre un militar portugués y una camarera terminó con un pequeño gesto que se convertiría en un gran símbolo: a falta de tabaco, Celeste Martins Caseiro entregó al soldado un clavel. La flor que terminó dando nombre a la Revolución de los Claveles, la flor que puso fin a más de 40 años de dictadura.
  
La mañana del 25 de abril de 1974 Lisboa despertó con la noticia de un levantamiento militar en contra del gobierno de Marcelo Caetano, heredero político de la dictadura  fascista del general Salazar, el Franco portugués. El movimiento se había gestado en los cuarteles ante la desgastante guerra que Portugal había sostenido en sus colonias, guerra de la que cada vez se veía más lejana la posibilidad de una salida militar, debido al aumento en la capacidad de fuego que con los años habían logrado los ejércitos de liberación.  A la par que el ejército de los Estados Unidos retiraba sus tropas de Vietnam, por la histórica derrota ante el ejército del Vietcong, en el ejército portugués se debatía el modo de dar fin a la guerra colonial.


La guerra en Angola y Mozambique era tan ajena tanto para los soldados como para la población lusitana y el hecho de realizar el servicio militar en los territorios de ultramar significaba la causa de una incomodidad in crecendo por parte de los sectores jóvenes de la sociedad. Ese descontento llegó a las filas del ejército. La joven oficialidad inició hacia el año de 1973 un movimiento clandestino para solucionar el conflicto de raíz, era como arrancar la hierba que impide  el crecimiento de las flores por más silvestres que éstas sean: se necesitaba transformar el problema de raíz. No era suficiente con cambiar la actitud de las tropas  o de los generales hacia el conflicto, se trataba de cambiar las cosas desde la metrópoli misma.


Fue del otro lado del Atlántico donde la demanda universal en búsqueda de la paz tuvo respuesta. Seis años antes se había difundido la imagen de un joven estudiante norteamericano que durante una marcha pacifista colocaba flores blancas ―también parecen claveles― en las bocas de los fusiles de una amenazante policía militar, en las inmediaciones del Pentágono.  Eso fue en Washington en 1968, pero en abril de 1974 el clavel rojo se convirtió en un símbolo de resistencia ante las dictaduras militares. Ahora todos querían un clavel, algo que diera esperanza, que dijera que no todo estaba perdido. Chico Buarque lanzó entonces una canción que refería el asunto, la canción se titulaba “Tanto mar”. Desde Brasil se mandaba un saludo a la fiesta popular que iniciaba en Portugal y se pedía al pueblo de la antigua metrópoli que mandara aunque sea un clavel, un poquito de esperanza porque de este lado del mar, con tanta dictadura militar la noche apenas comenzaba.

            
Meses después el clavel se marchitó. Las esperanzas se secaron debido a los pactos que la élite del Movimiento de las Fuerzas Armadas hizo con la élite tradicional de Portugal.
             
Hay voces anónimas que cuentan que el 26 de abril, un día después del levantamiento militar, que pasó a llamarse la Revolución de los claveles, la estatua de Luis de Camões, el principal poeta lusitano en la historia y autor de Os lusíadas, en la plaza que lleva también su nombre amaneció con un clavel rojo en su mano izquierda, con cuyo brazo sostiene su capa. Los poetas, como parece, no se quedaron al margen de esta historia.








El movimiento popular no solamente derrocó al dictador Salazar, fue mucho más allá.

Hace 40 años, Portugal demostró que la revolución no es algo ajeno a Europa occidental. Durante un año y medio, las calles, los lugares de trabajo y hasta los cuarteles se convirtieron en un festival de las personas oprimidas. Después de 50 años de dictadura fascista, trabajadores y trabajadoras, gente de los barrios pobres, entraron de repente en un proceso lleno de lucha, de política y de libertad. Oficiales del ejército, pertenecientes al Movimiento de las Fuerzas Armadas, tumbaron la dictadura el 25 de abril de 1974. Sus soldados pusieron claveles en sus escopetas para simbolizar la solidaridad con la gente en la calle.



La revolución no terminó con la caída de la dictadura. Por el contrario, los acontecimientos del 25 de abril resultaron ser sólo el inicio. Por una parte, con una oleada de luchas que tuvo el nombre “saneamiento”. La gente quería limpiar todos los lugares de los amigos de la dictadura –espías, jefes, policías, burócratas. En barrios, fábricas, servicios públicos, hasta en los periódicos, la radio y la televisión, quienes venían de la dictadura fueron declarados “personas non gratas”. Se obligó a jefes a abandonar sus compañías. Con esta nueva confianza, la clase trabajadora sobrepasó los límites de la lucha “política”. La gente que había sufrido años de opresión y explotación encontraron la oportunidad de exigir una vida mejor, salarios, condiciones de trabajo y construir nuevos sindicatos. Durante varios meses se habían formado más de cinco mil comisiones, organizadas mediante asambleas en los centros de trabajo y con portavoces que eran inmediatamente revocables. Tomaron bajo su control democrático cientos de empresas que se quedaron sin jefes.

Un mundo nuevo

 
La lucha contra la dictadura alimentó las luchas económicas, a la vez que las luchas económicas incrementaron el nivel de radicalización política. La plantilla del diario República ocupó la sede durante una huelga y pusieron el periódico al servicio del movimiento. En la radio Renascensa el cambio fue más impresionante, pasando de manos de la Iglesia al control obrero.
El gran astillero Lisnave en Lisboa se convirtió en el centro de coordinación de las comisiones de los centros de trabajo. Allí se tomó la decisión de llevar a cabo una manifestación contra el paro el 7 de febrero de 1975. Una de las consignas fue: “El paro es el inevitable producto del sistema capitalista. Les toca a los trabajadores destruir este sistema y construir un mundo nuevo”. Otro eslogan que se añadió los últimos días fue “Fuera la OTAN”, ante una visita de la flota estadounidense. El gobierno envió a los paracaidistas a parar la marcha antes de que llegara a la embajada de EEUU, pero estos unieron sus voces (y sus armas) a la manifestación fuera de la embajada. La radicalización continuaba. Solo en aquel febrero se estima que se ocuparon 2.500 pisos en Lisboa.


La clase dirigente planteó un golpe de estado en marzo para acabar con esta situación. El general Spínola, junto con otros conspiradores, militares y capitalistas, intentó enviar secciones militares de derecha contra la gente en lucha. El resultado fue una victoria de la revolución. En cuestión de horas había barricadas en las carreteras principales y en la frontera con el Estado español para frenar a los golpistas. La gente expropió vehículos para reforzar las barricadas y en muchos casos los soldados les pasaron armas. En la prensa tenían el control y producían ediciones especiales contra los golpistas. En la banca de Oporto, el sindicato pidió a su afiliación: “Cerrad los bancos inmediatamente. No hagáis ninguna transacción. Organizad piquetes en todas las entradas y salidas. Cuidad el télex y los teléfonos”. Los generales golpistas fueron arrestados, mientras Spínola se fue en helicóptero al Estado español franquista y después al refugio de la dictadura brasileña.
El verano de 1975 la ola de huelgas y manifestaciones masivas se intensificó.
La clase dirigente descubrió que había jugado con fuego. El propio Spínola había ayudado a la caída de la dictadura, porque secciones importantes del ejército y de los capitalistas sabían que la continuación del régimen fascista no era una opción viable. Necesitaban apertura en la economía, pasos hacia la Comunidad Europea y una manera de evitar una derrota vergonzosa en las guerras que mantenían en las colonias portuguesas en África (Guinea–Bisáu, Mozambique y Angola). Querían acabar con la dictadura para estabilizar el capitalismo. Pero la clase trabajadora no siguió estas previsiones.
Al fin, no fueron los golpistas ni la extrema derecha quienes estabilizaron el capitalismo portugués, sino los partidos de la izquierda reformista (comunista y socialista). Ambos partidos, tomando posiciones en el gobierno, giraron contra los sectores combativos y consiguieron dividir a la clase trabajadora. En noviembre de 1975 los generales retomaron el control sobre los militares y soldados revolucionarios en el ejército, sin mucha resistencia. La debilidad de la revolución portuguesa fue que no existía una fuerza política revolucionaria capaz de impulsar las luchas contra las iniciativas reformistas.


Fuente:

www.jn.pt(Portugal)
circulodepoesia.com
Marta Castillo -enlucha.org

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