13/12/12

Romance a la muerte de Manuel Dorrego...


Le decían "el loco", por sus irreverencias militares que enfurecían a San Martín y Belgrano. Pero desde el gobierno intentó aplicar un muy cuerdo plan de desarrollo productivo y organización nacional. Tocó intereses que explican el tamaño y la saña final de sus enemigos.





El 1º de diciembre de 1828 el general unitario Juan Galo de Lavalle encabezó una sublevación contra el gobierno del coronel Manuel Dorrego a quien depuso. Pocos días más tarde Dorrego fue capturado y condenado a muerte, sin proceso ni juicio previo. A continuación hemos incluido un extracto del libro Los mitos de la historia argentina 2, adaptado especialmente para El Historiador, sobre la sublevación y los sucesos que condujeron al fusilamiento de Dorrego.

Al asumir su cargo de gobernador de Buenos Aires en agosto de 1827, el coronel Manuel Dorrego decía premonitoriamente: “Si algo tiene de lisonjero el destino que voy a ocupar es que viene envuelto con la feliz reorganización de nuestra provincia […]. La confianza con que se me ha honrado es de tan gran peso, que no me descargaré de ello sino consagrando mis escasas luces y aun mi propia existencia a la conservación y fomento de nuestras instituciones y al respeto y seguridad de las libertades. Para arribar a tan altos fines, mis medios serán: religiosa obediencia a las leyes, energía y actividad para cumplirlas, y deferencia racional a los consejos de los buenos. Para separarme del puesto que me habéis encargado, no será suficiente una resolución vuestra, sino que idólatra de la opinión pública, dado el caso que no fuera bastante feliz para obtenerla, no aumentaré mi desgracia empleando la fuerza para repelerla, ni la tenacidad o la intriga para adormecerla. Resignaré gustoso el mando, desde que el verdadero concepto público no secunde mis procedimientos […] La época es terrible: la senda está sembrada de espinas”.

El ministro inglés en Buenos Aires, habitualmente bien informado, le escribía a su jefe: “Pienso que Dorrego será desposeído de su fuerza y cargo muy pronto: sus amigos particulares comienzan a abandonarlo. El partido opositor a él parece sólo esperar noticias de Córdoba para actuar contra él”. (…)

A mediados de 1828, la mayor parte de la clase terrateniente, afectada por la prolongación de la guerra, retiró a Dorrego el apoyo político y económico. Le negó, a través de la Legislatura, los recursos para continuar la guerra, llevándolo así a transigir e iniciar conversaciones de paz con el Imperio.
Dorrego tuvo que firmar la paz con el Brasil, aceptando la mediación inglesa que impuso la independencia de la Banda Oriental. Así nacía la República Oriental del Uruguay en agosto de 1828.
La derrota diplomática de la guerra con el Brasil y el descontento de las tropas que regresaban desmoralizadas, fueron utilizados como excusa por los unitarios para conspirar contra el gobernador.
Dice muy bien Vicente Fidel López –no precisamente un admirador de Dorrego- que “el período gubernativo del coronel Dorrego comenzó y se prolongó ante una perenne conspiración. A pesar de ello, no hubo deportados, expatriados, ni encarcelados: a nadie se persiguió, ni hubo más represiones –y eso muy contadas- que algunos días de arresto por desacatos notorios o por riñas personales”.

A amanecer del 1º de diciembre, las tropas de Lavalle, que estaban acantonadas desde la noche anterior en la Recoleta, fueron ingresando al centro de la ciudad por Florida, San Martín y Reconquista, hasta ocupar la Plaza de la Victoria. Dorrego pronto comprendió que sus pocos efectivos no le respondían y decidió marchar en busca de auxilios a las afueras…
Algunos de los golpistas se sintieron en la obligación de darle cierta legitimidad a su acción y frente a la capilla de San Roque armaron una farsa, a la que llamaron elecciones. Hasta allí llegó la “clase decente” de Buenos Aires y designó a Agüero “presidente del acto electoral”. Uno de los que se anotó como candidato fue el inefable general Carlos María de Alvear. Su popularidad arrolladora lo hizo acreedor a un voto; otro tanto sacó Vicente López. Como la cosa era demasiado poco seria, los golpistas decidieron quitarle toda seriedad para no dejar duda alguna. Fue la elección más fashion de la historia argentina. Para votar había que tener galera o sombrero de copa. Levantarlo o dejárselo puesto sería la forma de expresar el voto. Se volvió a votar de acuerdo con este sistema tan particular, y Alvear volvió a sacar un voto (la crónica no aclara si fue el de su propio sombrero). López volvió a sacar un voto. Cuando fue preguntado “el pueblo” si votaban por don Juan Lavalle como gobernador y capitán general  de la provincia de Buenos Aires, se arremolinaron los sombreros importados y así Lavalle fue elegido gobernador “por la estricta voluntad popular” de los portadores de galeras.

Investido de este modo, Lavalle prestó juramento ante el escribano mayor de Gobierno y nombró a su gabinete. Reunió a sus mejores jinetes, que sumaban unos setecientos veteranos de la guerra con el Brasil, y partió en persecución del gobernador derrocado. Pronto Dorrego caía prisionero en Navarro. (…) Algunos unitarios rivadavianos se dirigieron a Lavalle opinando sobre qué debía hacerse con el gobernador depuesto y capturado. Salvador María del Carril le aconsejaba en una carta: “Prescindamos del corazón en este caso. La Ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio, de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil solución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza de la hidra, y no cortará usted las restantes. Entonces, ¿qué gloria puede recogerse en este campo desolado por estas fieras? Nada queda en la República para un hombre de corazón”.
La nefasta influencia del descorazonado unitario Salvador María del Carril se puede apreciar con toda nitidez en esta carta de Lavalle a Brown, donde también puede leerse la poca originalidad literaria del general golpista: “Desde que emprendí esta obra, tomé la resolución de cortar la cabeza de la hidra, y sólo la carta de Vuestra Excelencia puede haberme hecho trepidar un largo rato por el respeto que me inspira su persona. Yo, mi respetado general, en la posición en que estoy colocado, no debo tener corazón. Vuestra excelencia siente por sí mismo, que los hombres valientes no pueden abrigar sentimientos innobles, y al sacrificar al coronel Dorrego, lo hago en la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo”.

A Dorrego sólo le quedaban tiempo y ganas para escribir unas pocas cartas de despedida:
Señor gobernador de Santa Fe, don Estanislao López.
Mi apreciable amigo:
En este momento me intiman morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte la causa de mi muerte; pero de todos modos perdono a mis perseguidores. Cese usted por mi parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre.
Soy su afectísimo amigo
Manuel Dorrego


El asesinato
En el elogio fúnebre, Santiago Figueredo recoge las palabras que Manuel Dorrego le dijo a su hermano Luis poco antes de morir: “No hay remedio, mis enemigos van a sacrificarme; estos ciegos ministros piden a gritos mi sangre, y ella correrá muy pronto; pero no siento tanto por mi muerte, como el descrédito y los males que amenazan a nuestra amada Patria. […] ¡Ah! Si yo pudiera morir sin que se resienta el crédito de la República, y especialmente de este pueblo, al que debo mi existencia. ¡Si yo supiera que el borrón con que van mis asesinos a manchar la historia, había de caer solamente sobre su execrable conducta!, al menos este consuelo me haría descansar en el sepulcro; pero en ti confío, querido hermano; tú quedas y tu voz no espirará tan pronto como la mía; mientras existas, haz cuanto puedas para que no se fije este tizne sobre la reputación de nuestra amada Patria”.
Los temores de Dorrego no eran infundados. Lamentablemente vendrían otros asesinos a manchar la historia.
El 13 de diciembre, Lavalle fusiló a Dorrego y así lo anunció en un bando destinado a pasar a la historia: “Participo al gobierno delegado que el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público”. (…)
Cuando Bolívar se enteró, en mayo de 1829, del fusilamiento de Dorrego, dijo que “en Buenos Aires se ha visto la atrocidad más digna de unos bandidos. Dorrego era jefe de aquel gobierno constitucionalmente y a pesar de esto el coronel Lavalle se bate contra el presidente, le derrota, le persigue, y al tomarle le hace fusilar sin más proceso ni leyes que su voluntad; y, en consecuencia, se apodera del mando y sigue mandando liberalmente a lo tártaro”.

Fuente: El historiador.com.ar

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