24/12/11

Discepolo ,del himno cambalache a la muerte en la víspera de navidad

Discépolo fue un acertado traductor de las causas y consecuencias que provocan los sentimientos.
Su óptica, siempre aguda, áspera y mordaz, se centró en el dramatismo y la tristeza de la condición humana.
No parece aventurado, entonces, afirmar que la ideología pasional de Discépolo proviene de esa escisión que lo desgarra: la cicatriz ajena.


Enrique Santos Discépolo, que alguna vez lo dijo, se enfermó por la amargura de sentirse desplazado por su actuación política.
 El 23 de Diciembre de 1951, con sólo 50 años, no soportó la soledad, producto de la incomprensión, del fanatismo, del rencor político, y hasta del odio de algunos y se fue a su casa a morir.

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Homero Manzi, desde su genio de poeta, hace que a Enrique Santos Discépolo lo tengamos siempre presente, cuando en su homenaje desde Discepolín, dice:

Conozco de tu largo aburrimiento
y comprendo lo que cuesta ser feliz,
y al son de cada tango te presiento
con tu talento enorme y tu nariz.

Con tu lágrima amargada y escondida,
con tu careta pálida de clown
y con esa sonrisa entristecida
que florece en verso y en canción. 





Fue actor y director, tanto de teatro como de cine, letrista... filósofo.

Y cuando a uno de sus personajes le hace decir:

"¡Piantá de aquí! ¡Te crees que al mundo lo vas a arreglar vos!"

Quizás, Discèpolo, tangueramente, le respondería:

¡No chabón! ¡No!... al mundo no lo arreglas vos...!

Al mundo lo arreglamos entre todos, y entonces ese día, Enrique Santos Discépolo archivará "Cambalache", enterrará "¡Qué vachaché!" y no se preguntará más...... "¡Qué sapa Señor?". 





Él mismo nos explica esta conducta, esta forma de actuar del hombre frente a su semejante: "Las ciudades grandes no tienen tiempo para mirar el cielo... el hombre de las ciudades se hace cruel. Caza mariposas de chico... de grande no. Las pisa... no las ve... no lo conmueve..."

Y luego y como culminación de sus proclamas filosóficas-literarias-tangueras señala sin titubeos: "Que el mundo fue y sera una porquería", señalando dos fechas el 506 y el 2000.

Alrededor del 506, Teodorico "El Grande" Rey de los Ostrogodos, bárbaros que invadieron el Imperio Romano, luchó contra Odoraco, lo hace prisionero, lo asesina en Roma y se apodera de toda Italia. También asesinó a Anicio Maulio Severino, filósofo romano, el primero de los escolásticos.

Son años de invasión, dominación y muerte.

Y el 2000, no nos cabe duda... nos iba a encontrar "unidos o dominados". Pero en esto Discépolo se equivocó, más allá del 2000, seguimos quedando en situación de postración y marginalidad.

Discépolo fue premonitorio. Cambalache es una denuncia universal, y el eje central, la columna vertebral en esta denuncia es el trastocamiento de los valores. Primero nos cuenta que desde que el mundo es mundo "... siempre ha habido chorros, / maquiavelos y estafaos, / contentos y amargaos, / valores y dubles...", pero el Siglo XX depara algo más lamentable: "es un despliegue de maldad insolente / ya no hay quien lo niegue; / vivimos revolcaos en un merengue / y en un mismo lodo todos manoseaos".

¿Qué es vivir revolcados y manoseados? Es vivir en un mundo de trastocamiento de los valores.

Los valores son cualidades ideales de las cosas, pertenecientes a objetos que no poseen ser, sino que pertenecen a la esfera del valer, situadas por lo tanto fuera del tiempo y del espacio.

Las características fundamentales de los valores son su polaridad - cada valor positivo cuenta con el correspondiente negativo: amor/odio - y su jerarquización que permite clasificarlos.

Los modernos axiólogos (filósofos que estudian los valores) señalan además que los valores son independientes de los sujetos, y que se los puede clasificar en "valores útiles" (lo adecuado, lo conveniente), "valores vitales" (lo fuerte, lo sano), "valores lógicos" (lo verdadero), "valores estéticos" (lo bello), "valores éticos" (lo justo, lo bueno) y "valores religiosos" (lo santo). Podemos, así, con estos datos, construir una escala de valores y por ende de disvalores.

En la base de esa escala, los "valores útiles", lo cotidiano, lo elemental, que es lo adecuado, lo conveniente, lo que necesitamos: la comida, la ropa, la higiene, la educación, la distracción, el dinero para adquirir bienes materiales y necesarios como por ejemplo... el calefón.

Así ascendemos en la escala hasta llegar a los "valores religiosos" (lo santo). Para los creyentes, en primer lugar Dios, El Verbo, La Palabra... La Biblia.

Es aquí donde Discépolo sintetiza este trastocamiento de los valores, porque "igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches, se ha mezclado la vida y herida por un sable sin remache, ves llorar la Biblia contra un calefón".

La base de la escala de valores se equiparó con su peldaño más alto. La asignatura aún está pendiente: no hemos rescatado la Biblia.

Es a partir de esto, que podemos llamar sinrazón, que se abre el camino para que hoy resulte que:

"...es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, chorro,
generoso, estafador.

Todo es igual; nada es mejor;
lo mismo un burro que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón;
los inmorales nos han igualao.

Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que si es cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón.

Que falta de respeto,
que atropello a la razón;
cualquiera es un señor,
cualquiera es un ladrón.
Mezclaos con Stavisky,
van Don Bosco y la Mignon,
don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín.

Vivir en un "cambalache" hace sufrir, pero también hace pensar... y este sufrir y ese pensar es lo que Discépolo convirtió en poesía. Poesía de ruptura, rara, incómoda para algunos... y por tanto condenada.

"¿Es el tango Cambalache, - se pregunta Sergio A. Pujol - como muchos creen, el verdadero Himno Nacional Argentino? Así lo sugirió el poeta Leónidas Lamborghini hace unos años. También podría considerarse a Cambalache un anti-himno, bien lejos de la demanda patriótica.

Continúa Pujol: "Sus mordaces compases siguen sonando con énfasis de marcha. ¿Quién no reconoce inmediatamente, más allá de toda valla generacional, esos acordes mayores del comienzo? ¿Quién no se ha visto tentado de citar alguna vez esa letra que puntea la totalidad del mundo y la Historia con retórica sardónica? Si se sigue escuchando y cantando Cambalache con sentido de actualidad, como vehículo de protesta popular, es por la sencilla razón de que ninguna otra canción logró identificarse con el sentido común de la gente de manera tan estrecha y cómplice. Aquello de: Ves llorar la Biblia contra un calefón... contiene una parte sustancial del país que desciende de la inmigración.

Aunque es pertinente hacerlo, tal vez no baste con identificar aquella condena moral del mundo (disfrazada de amargo cinismo) con el ánimo nacional. Al fin y al cabo, en Cambalache hay escasas referencias argentinas: su poderosa letra hace hincapié en el siglo XX mundial (el de la... maldá insolente), situándolo en un primer plano excluyente. Su descreimiento ideológico, que en los años ‘70 fue entendido por algunos como reaccionario, encaja perfectamente (tristemente, en verdad) con la visión posmoderna del mundo".

Los pilares en los que se apoya la filosofía de Discépolo son tres: la vida, la soledad y lo trascendente. 


Discépolo murió distanciado de varios viejos amigos y criticado por sus pares, que le hicieron un vacío a raíz de su ideología. Defendió con convicción, ironía y vehemencia lo que él entendía un enorme avance en el desarrollo político y social del pueblo argentino, el gobierno del General Perón.

La radio iba a ser el vehículo para difundir su ideario, en su famoso y fulminante micro-programa: "¿A mí me la vas a contar?".

El último texto leído por Discépolo el 10 de noviembre de 1951, un día antes de las elecciones que concluyeron con el triunfo arrollador de Perón dijo: 





"Mordisquito ¿A mí me la vas a contar? 
 
Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria.

Nacieron de vos, por vos y para vos. Esa es la verdad. Porque yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón. Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando miseria, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por la clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz hasta lo de Vasena, (se refiere a la Patagonia Rebelde y a la Semana Trágica) porque pedían un mínimo respeto a su dignidad de hombres y un salario que les permitiera salvar a los suyos del hambre. Sí, el hambre y de la terrible promiscuidad de sus viviendas en las que tenían que hacinar lo mismo sus ansias que su asco.

No. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. ¡Vos los creaste! Con tu intolerancia. Con tu crueldad. Con la misma crueldad aquella del candidato a presidente que mataba peones en su ingenio porque le pisaban un poco fuerte las piedritas del camino a la hora de la siesta (se refiere a Robustiano Patrón Costas, cuya postulación en la fórmula con Ramón Castillo se malogró con el golpe del 4 de junio de 1943).

Sí, yo sé que te fastidia que te lo recuerde. Es claro, pero vamos a terminarla de una vez. Porque yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la injusticia que presidía el país. Porque a fuerza de hacer un estilo de tanto desmán, terminó por parecerte correcto lo más infame. Claro, a vos no te alcanzaba esa injusticia. Tendrías, como un señor que yo conocía y que iba todos los meses a cobrarlo, un puesto de ama de cría para cubrir sus gastos, que se lo pagaban oficialmente, y un sueldo para salir con el clan.

Yo me acuerdo del clan. Y vos también. Aquella mafia siniestra que salía sólo para aterrorizar gente y mataba una vez a gomazos, otra vez a tiros y a veces con el camión para hacerlo más divertido. No, si la memoria fastidia. Pero yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la injusticia que manejaba el país. Mirá, si vos hubieras estado en la Semana Trágica como yo y como tantos, en Cochabamba y Barcala, y hubieras visto morir primero a aquellos cinco, luego a cientos, y hubieras visto masacrar judíos por una gloriosa institución que nos llenó de vergüenza, no hubieras formado nunca más parte de ese partido que integrás por amor propio y quizá por ignorancia de tantos hechos delictuosos que son los que empezaron a preparar la llegada de Perón y Eva Perón.

En un país milagroso de rico, arriba y abajo del suelo, la gente muerta de hambre. Los maestros sirviendo de burla en lugar de hacer llorar porque estaban sin cobrar un año entero. ¡No! ¡Y todo vendido! ¡Y todo entregado! Yo sé que te da rabia que te lo repitan tantas veces, pero es que entristece también pensar que no lo querés oír. El otro día, en un discurso oí que decías refiriéndote a un gobierno de 1918: Ya por ese entonces los obreros gozaban.... ¿De qué gozaban? ¡Los gozaban!, que no es lo mismo. Y, sí, Mordisquito, ¡los gozaban!

La nuestra es una historia de civismo llena de desilusiones. Cualquiera fuese el color político que nos gobernó, siempre la vimos negra. Aspiramos a gozar y al final nos gozaron. ¡Todos! ¡Siempre! Una curiosa adoración, la que vos sentís por los pajarones, hizo que el país retrocediese cien años. Porque vos tenés la mística de los pajarones y practicás su culto como una religión. Cuanto más pajarón él, más torpe y más crédulo vos. Te gusta oír hablar a la gente que no le entendés nada; la que te habla claro te parece vulgar.

Yo también entré como vos y, ¿por qué no confesarlo?, me sentía más conmovido frente a un pajarón que frente a un hombre de talento. El pajarón tiene presencia, tiene historia larga, la que casi siempre empieza con un tatarabuelo que era pirata. Yo también me sentía dominado por los pajarones cuando era chico. Ahora, ¡no! Cuando era chico, sí. ¡Pero no ahora, Mordisquito! Salvate de los pajarones. El fracaso - por no decir la infamia - de los pajarones fue lo que trajo como una defensa a Perón y Eva Perón. Pero no fui yo quien los inventó.

A Perón lo trajo el fraude, la injusticia y el dolor de un pueblo que se ahogaba de harina blanca y una vez tuvo que inventar un pan radical de harina negra para no morirse de hambre. Tampoco te lo acordabas. ¡Ay, Mordisquito, qué desmemoriado te vuelve el amor propio!.

Te dejo. Con tu conciencia. ¡Perón es tuyo! ¡Vos lo trajiste! ¡Y a Eva Perón también! Por tu inconducta. A mí lo único que me resta es agradecerte el bien enorme que sin querer le hiciste al país. Gracias te doy por él y por ella, por la patria que los esperaba para iniciar su verdadera marcha hacia el porvenir que se merece.

¡A mí ya no me la podés contar, Mordisquito! Hasta otra vez, sí. Hasta otra vez".

En una de sus apariciones radiales anteriores dijo: "... a mí no me duele que vos tengas más... me duele que los demás no tengan nada. ¿Te has olvidado que la vida de los otros vale tanto como la tuya? Por eso me escribís diciendo que este gobierno ha desatado una tormenta de clases. ¡Qué error el tuyo! Lo que ha desatado este gobierno no es una tormenta de clases, sino que ha desatado a un montón de clases que vivían en la tormenta... sin paraguas, sin comida, sin más sueños que los que dan el cansancio y la miseria. De gente como vos. Como vos, que sos capaz de llorar a gritos con una película de esclavos, y los has estado viendo morir de tristeza al lado tuyo durante tu vida, sin comprender cuál era tu destino generoso frente a ellos...".




 Fuente:
http://www.elortiba.org/

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