Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, Adolfo Pérez Esquivel, autoridades y
profesores universitarios y cientos de estudiantes participaron del acto
de desagravio al ministro de la Corte, que se transformó en su clase
magistral.
El ministro de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni, acompañado, entre otros, por el rector Ruben Hallu.
Imagen: Kala Moreno Parra.
Al caer el sol, los pasillos de la Facultad de Derecho de la UBA se
convierten en una marea de estudiantes que caminan entre carteles de
propaganda electoral, cargados de libros pesados y cuadernos con
espiral. Hay grupitos que conversan en rincones. Caras de coqueteo.
Rostros ojerosos.
Largas colas para sacar fotocopias. En el primer piso,
el majestuoso salón de actos ayer parecía un mundo aparte. Parecía una
fiesta. Apenas entrar todo era alegría. Un bullicio hilarante que se
apaciguaba cada vez que alguno de los oradores anfitriones tomaba la
palabra, y luego explotaba en aplausos imparables con que sólo alguien
dijera el nombre del homenajeado en el “acto de apoyo”: Eugenio Raúl
Zaffaroni. “El maestro”, como muchos lo mencionaron, desató ovaciones,
cantitos de hinchada y gritos de “¡fuerza!” una y otra vez cuando,
subido al estrado, ofreció –con erudición e ironía– “una clase
inaugural” de lo que dio en llamar, mucho antes de que se difundieran
las noticias sobre sus departamentos y su cuenta (nunca ocultada) en
Suiza, “criminología mediática”.
Algo así como un sistema de juzgamiento
(anche ajusticiamiento) de que se valen los medios de comunicación
mientras construyen la realidad. Su caso, anunció, serviría de ejemplo
“práctico”. Sobre el final, Zaffaroni advirtió que la generalización de
este tipo de “hechos” de “hostigamiento” podrían traer consecuencias
tales como “llevar a la opinión pública la impresión de que en la
política y la función pública nadie está limpio, que todos son sucios
(...) eso es la antipolítica y ésta es el preludio de toda aventura y de
toda dictadura”. Después le regaló al público “una confesión”: y contó
que venía pensando que ya llevaba demasiado tiempo en la Corte Suprema,
que van a ser ocho años y ya era hora de irse. Y cuando todos le
suplicaban “¡no, no!”, entonces exclamó: “Quédense tranquilos, ahora
estoy preso, no puedo irme. Que quede claro que no me voy por esta
infamia”.
Que el acto se hiciera en la Facultad de Derecho, con presencia y
discurso de su decana Mónica Pinto y el rector de la UBA, Ruben Hallu,
tuvo un gran peso simbólico y de respaldo hacia Zaffaroni. En el salón
de actos no cabía ni un alfiler. Cerca de mil personas había, según
calculaban quienes regulaban el desembarco del público en las butacas de
terciopelo rojo. Las primeras filas estaban llenas de pañuelos blancos,
entre ellos los de Hebe de Bonafini –por la Asociación Madres de Plaza
de Mayo– y Nora Cortiñas y Marta Vázquez –de Madres Línea Fundadora–,
estaban las Abuelas de Plaza de Mayo, el Nobel de la Paz Adolfo Pérez
Esquivel, políticos como Aníbal Ibarra, Vilma Ibarra, María Elena
Naddeo, María José Libertino y Héctor Recalde, el ministro de Trabajo
Carlos Tomada, juristas como David Baigún, Arístides Corti y Eduardo
Barcesat, jueces federales, secretarios, académicos y estudiantes.
El rector Hallu le dijo de manera sentida que todos trataban de
ponerse en su pellejo. “Esta universidad, esta comunidad de 400 mil
personas lo respalda totalmente”, le aseguró. “Nuestro profesor
Zaffaroni no debería pasar por esto”, dijo. Mónica Pinto destacó su
carácter de profesor emérito, de “generador de una escuela de
pensamiento jurídico”, su “honestidad intelectual”, y cuestionó “el
destrato al que está siendo sometido”. También hablaron representantes
la Asociación de Abogados Loboralistas, la Asociación de Profesores de
Derecho Penal, la Asociación Americana de Juristas, la Asociación de
Abogados de Buenos Aires. Llegó una mensaje de Eduardo Galeano: “Los que
te atacan Raúl, los que te enchastran, los que te insultan, no saben
que así te están elogiando”.
“No deseo hacer de esto una epopeya ni asumir el papel de víctima.
Sé muy bien que trabajar de víctima es el mejor negocio político”, pero
“no tengo interés en eso”, inauguró su discurso Zaffaroni, para luego
empezar una verdadera clase de “criminología mediática”, un concepto de
su último libro, La palabra de los muertos. Con gran precisión, sentido
didáctico y mucho humor, Zaffaroni explicó que “las circunstancias han
querido que me halle en la curiosa situación de un observador
participante cuyo rol es el de objeto de una tentativa fallida de
construcción mediática de la realidad (...) se trata de una clase en
base a un caso práctico”, afirmó, y desató la primera oleada de risas y
aplausos.
Caracterizó el hecho como “una lapidación mediática”, no un
“linchamiento”, ya que en el primer caso “se toca materialmente a la
víctima” y pero en el segundo se la “persigue” “arrojando piedras hasta
que sucumbe”; “los ejecutores son anónimos y nadie se contamina
físicamente con la víctima”. Citó doce “motivaciones”: desde “una ong
que busca promoción” hasta “sectores minoritarios de seguridad” que
buscan “venganza”, “afectados por el lapidado al promover el secuestro
de 4 millones de dosis de paco y obtener más de 100 procesamientos”, e
incluso “burócratas internacionales preocupados por lo que el lapidado
discurre acerca del crimen organización y del lavado de dinero”. Nombró
molestias por “la integración de la Corte” y “personas con escaso éxito
político”.
El “perfil del agredido”, advirtió, sería “alguien capaz de
quebrarse (...) pero es más difícil golpear a la víctima cuando éste
tiene perfil transgresor, como en este caso”. El “instrumento de
lapidación”: “la prensa amarilla, que es una patología de la
comunicación” que “no conoce ningún límite ético”. La “mecánica de la
agresión”, explicó, fue “compleja”: comenzó con el hackeo de sus mails,
llamados telefónicos, el cierre de su cuenta en suiza y hasta noticias
falsas sobre reuniones suyas en la Casa Rosada y hasta sobre su
renuncia. El “objetivo de la agresión”: alejarlo de la función, o
ejercer venganza, o enfrentarlo con sus colegas de la Corte. No fue
alcanzado, señaló, la inconsistencia de las denuncias. “En síntesis
–dijo–: se verifica que la construcción de realidad tiene el límite de
la alucinación: una ilusión puede tener éxito, una alucinación no.”
Para cerrar, habló del peligro de “estimular a los que en toda
sociedad tienen vocación de inquisidores para que un buen día impulsen
una ley mordaza; esto debe evitarse a cualquier precio (...) El
amarillismo no se combate con censura, sino con definiciones”. En lo
personal dijo que no le gusta que lo definan por su función. “Yo trabajo
de juez, no soy juez. Soy Raúl. Seguiré haciendo lo que hago, pensando y
diciendo lo que pienso. Yo sé quién soy, ellos todavía no (...) Pero la
humanidad no está representada por ellos: la prueba de que hay
humanidad son ustedes que están acá.”
Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-174319-2011-08-12.html
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