25/4/11

CONVERSACIONES CON VÍCTOR HUGO | ENTREVISTA COMPLETA (TELAM-2011 )



«No hay día que no agradezca a la Argentina lo que hizo por mi»



Víctor Hugo Morales se acomoda en el sillón bordó de la oficina que comparte con sus compañeros de Competencia, en Radio Continental, y pide que no le pasen llamados. 

Pone las piernas largas sobre la mesa y pregunta, entre condescendiente y curioso:
-¿De qué vamos a hablar?
-De sus treinta años en la Argentina.

Los treinta años de Víctor Hugo en la Argentina, por la riqueza y la intensidad de su experiencia, tal vez merezcan un relato de otros treinta años. Acaso en esa idea se detiene Víctor Hugo cuando piensa en la propuesta, y pone otra vez cara de curioso y asustado, hasta que responde:
-Mirá que la cinta original tiene muchas grabaciones unas sobre otras.

Eso es la vida, en definitiva. Así que ahí vamos:
-¿Es verdad que estaba preso cuando decidió venirse a la Argentina?
-Sí. Por una pelea en un partido de fútbol, me dieron casi un mes. Fueron a visitarme a la cárcel (Adrián) Paenza y (Fernando) Niembro, con quienes tenía amistad de los encuentros por el mundo y cada vez que venía a Buenos Aires por la Libertadores o con la Selección. Ahí ellos me vieron bastante angustiado, creo que en ese entonces yo me sentía perseguido y con mucha bronca, y ellos me preguntaron si estaba dispuesto a dejar todo y venirme a relatar acá. Dije que sí y luego, cuando convencieron al productor Julio Moyano, ya no pude echarme atrás. Estaba muy arrepentido, asustado.

-¿Por qué?
-Porque salir del Uruguay, donde tenía un lugar extraordinario, para venir acá con un contrato de tan sólo un año, me pareció y me parece aún una locura. Salió bien de pura casualidad, pero no hay día que no agradezca a Dios y a la Argentina lo que hicieron por mí.

-Habría buenos motivos, de todos modos, para decidirse a venir.
-Sí, claro. Me había entrado la “persecuta”. Cuando fui preso no tenía ni siquiera a quién pedirle que me dejaran en la Cárcel Central, un lugar que al menos como cárcel no me asustaba tanto. El régimen ya me había retado más de una vez. En una ocasión me tuvieron horas sentado en un banco porque cuando Uruguay quedo afuera del Mundial de la Argentina, despedí la transmisión desde Caracas diciendo: «Buenas noches, país del dolor». Me fueron a buscar al aeropuerto para pedirme explicaciones.

-Se asustó.
-Sí. No era la primera vez pero el susto fue grande. Me llevaron a un lugar en el que nadie me decía una palabra, hasta que me hicieron pasar y me preguntaron qué había querido decir. Y además estaban molestos porque algunos uruguayos exiliados en Caracas cantaron consignas muy cerca del puesto de transmisión y me parece que desconfiaban de alguna complicidad mía. Y hubo otra situación parecida cuando le hice un reportaje a un jugador de Defensor que le dedicó los goles a su hermano y los compañeros presos en el penal de Libertad, que era la cárcel de los presos políticos, y que después de eso no jugó nunca más. Hace poco le hice un video familiar para un cumpleaños. «Tarjeta amarilla, usted me entiende», me dijo esa vez un teniente o algo por el estilo.

-¿Sentía que lo tenían apuntado?
-Vaya a saber. Quizás eran cosas mías, cola de paja. Nunca en estos regímenes hay unanimidad, salvo para un enemigo comprobado.
Posiblemente no había relación entre un caso y otro. A alguien no le gustaba algo y se sentía con la obligación de ponerte en vereda.
Pero bueno, en nuestro equipo nos dábamos el gusto de decir alguna travesura, como tocar timbre y salir corriendo, cosas de poca monta. Modestísimas demostraciones de disidencia con el gobierno.

-¿Recuerda algunas?
-Cuando llegó el Mundialito del 81, por ejemplo, aprovechando la audiencia importante que teníamos, impusimos una música nuestra que, no quisiera exagerar, pero creo que desplazó la canción oficial del certamen. Aunque quizás lo más importante era no recibir nada del gobierno, en publicidad, en invitaciones a viajes, etcétera. No podría negar que siempre les tuve miedo o precaución.
Había trabajado hasta el golpe en un diario de la izquierda, Ultima Hora; era frentista y votante de Erro, un hombre muy en el extremo de las pretensiones del régimen.

-Ellos sabrían estos datos suyos
-Suponía que sí. Quizás pensé que yéndome podía empezar de cero. Borrón y cuenta nueva.

-¿Fue el gobierno el que le impuso aquella famosa prohibición?
-No fueron ellos, no directamente al menos, aunque una medida tan grave no se podía tomar sin consultarlos. Pero fueron los dirigentes de fútbol. Yo los había criticado por el egoísmo de los clubes uruguayos con la selección. Eran para mí los responsables de no estar en el Mundial 78, el único Mundial al que Uruguay no podía faltar. Se enojaron tanto que decretaron una prohibición para que yo entrara a cualquier estadio donde se jugara un partido que ellos, la AUF, organizaran.

-¿Y usted qué hizo?
-Conseguí llegar a un hombre muy pesado del gobierno, un general que tenía injerencia en los mandos. Ahí sí sentí que el mundo se me había venido encima. No recuerdo fechas pero fue tras el Mundial en Argentina.

-Se entrevistó con el propio gobierno.
-Sí, y fue como si jugáramos al póker. Yo sabía que el hombre sabía cómo eran las cosas y viceversa, pero fui en papel de víctima porque era el que me convenía y porque en verdad lo era. Lo único que yo quería saber era si ellos estaban detrás de la medida: `En tal caso sólo me queda resignarme`, le dije. Fueron días de gran conmoción. Pensaba que mi carrera se terminaba y hablaba del derecho a trabajar que me quitaban los dirigentes, machacaba con eso, mientras me llegaba un gran apoyo de todos mis colegas de América, Perea, Niembro, tantos otros.

-¿Y qué pasó?
-Al final levantaron la prohibición. Pero mira cómo son las cosas. Me llamó alguien del ejército y me dijo: «¿Vio que aquí se puede decir lo que se quiera? Dígalo nomás así, para que todos vean cómo son las cosas».

-¿Lo dijo?
-Yo insistí esa noche en lo del derecho a trabajar que tenía como cualquier hijo de vecino, que era en realidad lo que se me tenía que respetar. Creí que con eso alcanzaba. No era exactamente lo que me habían «sugerido» pero se parecía, supongo que pensé. Al otro día me enteré de que esa persona me dejó dicho en el canal: «Dígale a este señor que hay que ser un poco más agradecido. Nada más».

-Nunca se llevó bien con los dirigentes, ni allá, ni aquí…
-Lo del 78 fue muy triste para el Uruguay. Es posible también que me haya zarpado en las criticas. Yo no soy lector de nada mío y menos del pasado, le temo a lo injusto y mediocre que pude haber sido. Siempre me parece que ahora estoy un poco mejor. Pero recuerdo con dolor que una vez un hombre de la selección muy importante me retiró la mano cuando lo saludé en una reunión en la que coincidimos. Sé que era un hombre digno y es evidente que lo habían ofendido mis comentarios.

-¿Quién era?
-Se llamaba Langlade y es un episodio que muchas veces retorna por ser la única ocasión en la que me sucedió algo así. El recuerdo de los veintiocho dias preso es mil veces más grato que esa experiencia. Estaba muy enfrentado con aquellos dirigentes de la AUF y el proceso de la selección argentina, hecho al margen de los dirigentes del fútbol de entonces, por afuera de sus intereses, me llevó a elogiar lo que se hacía aquí. Hace un tiempo repasaba aquellos días en una nota que me pidieron las Abuelas de Plaza de Mayo.

-¿Sobre el mundial 78?
-Sí, y les escribí con desconsuelo que en aquellos días, visto desde el Uruguay, todo me había parecido muy bueno. La preparación del equipo, la ceremonia inaugural, la victoria argentina, la fiesta del pueblo que acompañé a pie desde River hasta el centro cantando con la gente… Hoy lo veo de otra manera, claro. Es el eterno aprendizaje. Cuando después de que Passarella levantara la Copa en Núñez volví a Montevideo, mis críticas se hicieron más duras, tomando el ejemplo argentino, mirá qué sabio era entonces, hasta que se pudrieron y entonces me prohibieron.

-Volviendo a la pelea que lo llevó preso… ¿había sido tan grave?
-Había sido una pelea de las que en el fútbol hay decenas por días. No había ni una nariz fracturada. Yo me iba al otro día a Europa para adelantarme a una gira de la selección uruguaya. Y me fui. Pero a partir del segundo día de estar yo allá iniciaron una especie de obsesiva persecución. Con el tiempo se consideró que todo había sido armado y cuando revisaba los hechos se me hacía creíble esa posibilidad. Que era una factura pendiente. Hasta la forma en que me buscaron fue absurda. Parecía que a alguien le iba la vida en que yo estuviese preso. Y tenía que ser de inmediato. De nada valía el pretexto que daban en la radio sobre la gira que tenía que transmitir (y que al final vi por TV en la cárcel).

Cuando volví a Uruguay me esperaban en un auto en la pista, me sacaron del avión y me llevaron a la Jefatura de Policía.

-¿Cómo lo localizaron en Europa?
-Estaba en la casa de un amigo tupamaro en Zoetermeer, Holanda. Antonio Pérez Uria se llamaba este amigo del alma que conocía de Colonia, con el que habíamos jugado al básquet y quien me había hecho escribir por primera vez en un diario que dirigía.
Era relator deportivo como yo hasta que cayó preso y luego se escapó a Buenos Aires. Se salvó raspando en la Argentina y finalmente se fue a Holanda.

-¿Y fueron directamente los militares a la casa de su amigo?
-No. Estábamos con él y sus compañeros, una reunión numerosa de exiliados, chicos nacidos fuera del país y mucha cerveza. Esa alegría que se produce en medio de la tristeza infinita de estar lejos de lo que se ama… Y en el transcurso de la cena me localizó el abogado de la radio de Uruguay para convencerme de que volviera.
Mi familia sabía dónde estaba y se asustó con la presión que había.
«En los diarios dicen que lo van a mandar a buscar por Interpol», me dijo el abogado de la radio. «Vengase, esta gente esta empecinada». Me llevaron en auto a París y me tomé el primer avión a Montevideo. Era tan gris la ciudad aquella mañana holandesa, tan triste la madrugada y la partida, que me quedó la imagen para siempre. Andando el tiempo, en su retorno, Antonio llegó a trabajar en mi equipo en Buenos Aires unos cuantos años, hasta que murió.

-¿Nunca le hablaron para que se integrara al movimiento?
-No hubiera sido tupamaro, sencillamente no tenía las agallas necesarias. No podría hacer nada clandestino. No tengo ese valor.
La inhibición es total sólo de pensar en la tortura. No existe nada que me provoque mayor curiosidad o admiración que quienes la puedan haber afrontado. He jugado fuerte a riesgo de perder bienes materiales, laburos, estima social. Pero sé que no podría con la idea de la tortura. Cada vez que hablo con amigos como Mauricio Rosencof o Carlos Lizcano me pregunto cómo aguantaron esa humillación. Jamás hubiera podido afrontar eso.

-¿La gente cómo veía entonces a los tupamaros?
-Había simpatía en general y la misma declinó cuando ocurrieron las primeras muertes. Con eso es muy difícil transigir.

Pero al principio hicieron cosas geniales. Las denuncias, las fugas, el romanticismo latente. Pero fue breve. Con enorme rapidez los militares controlaron la situación porque la estrechez geográfica del país era una contra muy grande para el movimiento.
Después de que apresaron a los líderes, todo se les hizo más fácil; decayó la mística y ya no hubo forma de seguir adelante.

-Hasta que un día llegaron al gobierno.
-Sí, eso ha sido extraordinario. Y pienso que sin ellos la izquierda uruguaya hubiese sido siempre fuerte, pero no habría llegado a ser más de la mitad de la población. La revolución fue una locura, pero no tanto. El tiempo le dio una gran utilidad porque sobre la utopía aquella se pudo construir una realidad superadora para el país.

-Entonces, Víctor Hugo: febrero del 81, ya está en Buenos Aires. ¿Qué quedaba atrás?
-Gratitud, miedo, errores, un aprendizaje incompleto y apurado al trascender más de lo que había soñado. Me ayudó, me convenció, un detalle final muy extraño. En los últimos meses llamaron al dueño de radio Oriental para recriminarle a él, ya no a mí, que yo había tenido una expresión grosera al decir «esto no tiene gollete» en una transmisión o en una audición, no recuerdo bien. Romay, que así se llamaba el dueño, poco antes me había aconsejado paternalmente que no me fuera. Yo le pregunté si se bancaba el simple llamado de un cabo diciéndole que vería con buenos ojos que prescindiera de mí, y él había respondido que eso no iba a suceder, que no embromara. Pero luego, cuando me contó lo del gollete, me pareció que me daba la razón, que él también se daba cuenta de que era mejor romper con el medio. A veces se llega a eso en la vida. Ya no sabes por qué pero tenés que mudarte, cambiar los muebles, darte un aire nuevo. Y unos meses después estaba en un avión, sin entender nada de mi propia vida, achicadísimo, rumbo a esta ciudad con la que, como dije cuando me hicieron ciudadano ilustre, me terminé casando.





Víctor Hugo sigue ahora el repaso de sus 30 años en la Argentina. El arribo, la dictadura, la llegada de la democracia, los palos en la rueda a Raúl Alfonsín. Y Diego Maradona, claro, atravesando gran parte de su experiencia aquí.

-¿Qué recuerda de la llegada a Buenos Aires?

-Fue el 18 de febrero de 1981. El avión sobrevoló como una hora en el crepúsculo dorado de la tarde y luego anocheció. El amarillo de las luces de la ciudad tan extendida me intimidó y le pregunté a Jorge Crossa qué estábamos haciendo ahí, en ese avión, rumbo a lo desconocido. Crossa había sido mi mano derecha en Uruguay y me acompañó en los primeros años acá en Buenos Aires.
Miraba por la ventanilla y me parecía que estaba golpeando la puerta a un sueño imposible.

-¿Y el recuerdo más puntual del comienzo de su carrera aquí?

-El momento de la llegada a la Bombonera cuatro días más tarde, el 22, el mismo día que debutaba Diego Maradona en Boca. Dos noches antes había habido una presentación en el estadio por su pase y recuerdo lo impresionante que era escuchar en todas las radios al “Gordo” (José María) Muñoz. Achicaba de antemano. La empresa parecía imposible.

-¿Estaba muy nervioso la noche del debut?

-Soy, por naturaleza, una persona que teme mucho defraudar, me paraliza ese sentimiento. Así que sí, fui a la cancha muy nervioso, deseando que aquello empezara de una buena vez.

-¿Y quedó conforme con su trabajo?

-La transmisión salió muy bien. En vez de nublarme, como temía, me fui arrimando al micrófono como un jugador al que le salen bien las jugadas iniciales y va tomando confianza. Me ayudaron mucho (Néstor) Ibarra, (Fernando) Niembro, Ricardo Jurado, los que estaban en la cabina… en fin. Todo el equipo ahí y desde las conexiones fue muy solidario. Era el comienzo de una etapa que haría historia en la radiofonía pero en ese momento no éramos conscientes de eso.

-Ahora, a la distancia, ¿Qué elementos sostuvieron aquel proyecto que, como bien dice, terminó haciendo historia?

-La calidad del equipo, sin dudas. Ibarra, que decía como nadie desde (Enzo) Ardigó; Niembro, que ya se sabe ve muy bien el fútbol; Jurado, que impactaba con esa voz de los locutores argentinos que siempre fueron mi locura… Y los otros integrantes, empezando por (Adrián) Paenza y pasando por (Alejandro) Apo, (Marcelo) Araujo, Eguía, De Turris, Ruprecht, (Diego) Bonadeo…

-De todos los que nombra, con el único que mantiene hoy un entredicho es justamente con Diego Bonadeo.

-No sé ni sabré nunca que pasó. Todas las personas que no me quieren tienen un motivo y las entiendo. Pero Bonadeo padre no, salvo que fuese todo un tema la estúpida discusión que hubo hace años sobre (Carlos) Bilardo y (César) Menotti… Pero ese es un asunto tan chiquito que no creo. Me cuido en la discusión para no herir a su hijo Gonzalo, con quien tengo una muy buena relación, pero a veces me desaliento con las cosas que dice. Así que prefiero salir de ese tema.

-Volviendo a aquel equipo, entonces, y a su presencia en particular: ¿Cómo lo trató el periodismo en esa época?
-Le debo mucho, como ya lo he dicho. Me convirtieron en algo supuestamente exitoso antes de que fuese más o menos cierto.

-¿Y por qué cree que pasó eso?
-Pienso que era por embromarlo a Muñoz, que en esos años tenía mucha gente adversa por la relación que se le atribuía con el gobierno. En ese contexto yo era la contra.

-¿Usted qué opinión puntual tiene sobre Muñoz?
-Cuando murió hacía tiempo que estábamos a buenas, en una relación cordial. En algunos asuntos era un tipo generoso. Mi mujer le tenía simpatía porque en los viajes Muñoz se ocupaba de todo, era protector, y yo que soy cómodo lo dejaba hacer.

-Pero la relación no fue siempre cordial.
-Es verdad. Al principio estuvo más tensa y ocurrió aquello del disco de los goles del Boca campeón con Maradona que la división Discos de Canal 7 me encargó a mí, y no sé si fue él o algún allegado que fue a reprochar que le dieran el trabajo a un zurdo extranjero, tupamaro, y no a él. Pero para mí aquel disco fue un bautismo, un reconocimiento excepcional. Pero lo que digo: más adelante estuvo todo bien con el Gordo.

-Y en los viajes, dice, era solidario.
-Absolutamente. Era súper-organizado y tenía un técnico increíble, el Gordo Martí, con el que me hicieron grandes gauchadas en transmisiones internacionales. Así que lo que digo, estábamos bien cuando murió. Y diez años después de su muerte estuve en una misa y me enojé bastante, porque salvo Falcón y algún otro no habían ido unos cuantos que le debían mucho. Cosas de la vida, miserias como las de la radio que el Gordo hizo grande y que a poco de morir prescindió de su hijo Carlos Alberto. Eso es no tener corazón ni gratitud.

-Para desarrollar una relación cordial con Muñoz, sin embargo, usted debió obviar el tema político.
-Los voy a sorprender y por ahí peco de idiota frente a muchos, pero tengo la teoría de que Muñoz era un ingenuo. Peligroso, porque de vez en cuando tenía poder y sé que era bravo. Pero era ingenuo.

-¿En qué lo advertía?
-En que era débil frente al poder, que para mí es todo un tema desde que yo era muchacho. El Gordo los veía realmente como tipos importantes, valiosos. Y él quería ese poder para hacer cosas, en el peor de los casos para lucirse. Por supuesto que los que sufrieron tanto en aquella época no están para considerar ni perdonar supuestos ingenuos. Le encantaba el contacto con el poder, pero le sacaba jugo a su manera, los usaba para hacer cosas que él creía que estaban bien. Conseguir cosas que para otros eran imposibles. Estoy casi seguro de que ganó mucho menos dinero que (Mariano) Closs, Niembro, yo mismo, Araujo….

-Usted sostiene inclusive la posibilidad de que fuese utilizado…

-La relación con el poder militar cuando se es una figura tan expuesta, tan popular, es casi inevitable en tiempos de dictadura.
Salvo los que están en la plena pelea y sus familias, los que permanecen lúcidos digamos, a los demás les gana la inercia, la vida continúa. Así que si no fuera en ese contexto no se entendería lo que fue el “fenómeno Muñoz”. Quizás me olvido buena parte de la película pero lo que digo es como lo siento ahora.

-A propósito, ¿Cómo vivió esos años de la dictadura argentina?

-Cuando llegué ya se había debilitado. Se hablaba con frecuencia de los desaparecidos. En el mundo del fútbol todavía se le temía a (Carlos Alberto) Lacoste y a mí me cayó entonces la ficha del mundial. Pero se daba a entender lo que pasaba. Estaba la gloriosa revista Humor, en las transmisiones le fuimos dando lugar a “Cada loco con su tema” y ahí se bajaba línea bastante. Yo me mandé de entrada con una frase jugando con la canción “A desalambrar” de Viglietti… El contexto seguía siendo complicado pero había margen para las provocaciones que supiesen encontrar un límite. A eso se jugaba. Y los militares terminaron consumando el desatino de Malvinas buscando la salvación de un régimen ya deteriorado.

-¿Y usted? ¿Cuándo supo que iba a quedarse?
-Antes de los dos meses de estar aquí, a mediados de abril.
Yo siempre fui muy trasnochador, y después de aquel 3 a 0 de Boca sobre River en la Bombonera, cuando Diego Maradona lo dejó desparramado al “Pato” (Ubaldo) Fillol y a mí en el relato me salió “¡que sea, que sea!”, en un kiosco de diarios, casi al alba, vi la tapa del Diario Popular: “Tatatata, Boca 3-0”. Sentí una alegría y un alivio enormes, porque era una especie de bautismo de popularidad. Siempre recuerdo esa tapa. Yo existía en la temida y adorada Buenos Aires, porque nadie titularía así si no estuviera escribiendo algo que el pueblo conoce.

-El “tatata” se impuso rápidamente como marca registrada.
-También ayudó mucho el trabajo de mi equipo. Julio Moyano conseguía que fuese a los programas más populares, como el de Minguito (Juan Carlos Altavista), como Polémica en el Bar, Cordiamente con (Juan Carlos) Mareco, el Contra de Juan Carlos Calabró, Grandes valores del tango con Silvio Soldán. Tuve una gran exposición en los medios. No sé bien si todo fue en aquel primer año, quizás mis recuerdos se mezclan, pero sí sé que se corresponden con mis comienzos y mi afirmación aquí. Tanto que cuanto finalizó el primer año me hicieron contrato por otros cuatro.

-Ahí recibió la bendición.

-Sí, eso fue fantástico, aunque había pasado un año difícil desde el punto de vista económico porque cuando llegué pasó aquello de la tablita de (José) Martínez de Hoz, así que gané la sexta parte de lo que ganaba en Montevideo. Pero por lo demás fue fantástico: empezaba a hacerme amigo de la confitería Richmond por el ajedrez, del teatro Colón, de los restaurantes, de la noche y el tango… -Y llegaba la democracia.
-Y llegaba la democracia con aquellos vientos del 80 que cantaba Rubén Juárez. Peleaba por (Raúl) Alfonsín, al que veía luchar contra los poderes corporativos diabólicos, la iglesia, los sindicatos que entonces fueron atroces, el poder económico de los egoístas de siempre. Y contra los medios, claro: yo fui de los primeros en tomar nota del cáncer de Clarín.

-Su primer año en la Argentina coincidió con la primera temporada de Maradona en Boca: ¿en cuánto influyó Diego en su carrera?

-Diego cambiaba la ecuación de todo. El y su fantástico año 81 hicieron mucho por mí. Porque Muñoz debía hacer una transmisión más periodística, debía alternar con todos los equipos, pero nosotros sólo podíamos ir con Boca y River, o mejor dicho con Boca sobre todo, porque allí estaba el mayor interés: estaba siempre arriba en la tabla.

-¿La estrategia fue diferenciarse de las otras transmisiones?
-Sí, le escapábamos al Gordo y conseguíamos oyentes cada domingo, porque además Yiyo Arangio, que era flor de relator, tenía menos radio, menos apoyo y también iba más a lo periodístico.

Maradona fue, así y desde el primer día, una ayuda estratégica que no me cansaré nunca de agradecer. Los relatos de sus goles, aun mucho antes del gol a los ingleses en el Mundial de México 86, eran un formidable desafío al intelecto, a un estilo que yo daba en el que calaba de a poco adornos y florituras que en aquella época me gustaban y sorprendían a la audiencia.

-Más allá de aquel inolvidable “barrilete cósmico”, ¿sus mejores relatos están vinculados a Maradona?

-Sin ninguna duda. No hay muchos tipos de los que un relator pueda decir cualquier cosa y eso quede bien. Con Diego todo era posible. Los mejores goles y relatos de mi vida están referidos a él. Lo he tratado muy poco, como debe ser, pero creo que he podido dejar constancia de mi amor, de mi afecto inclaudicable por todo lo que sea Maradona incluyendo su vida, su familia, su padre sobre todo, Claudia que aunque no sea ahora la mujer siempre es “la” mujer con todo respeto por la vida de Diego. Lo veo como un personaje único, con una luz interior de inteligencia fuera de lo común. Sus famosas frases no son casualidad. Es un talento especial.

-Y ahora viene Messi.

-Me cae simpatiquísimo Messi, me parece el mejor del mundo lejos hoy día, pero aunque acepto gustosamente que es la primera vez que aparece un tipo que puede igualarlo, la prematura comparación me molesta. Diego sigue siendo intocable. Los he visto y relatado a ambos y digo que aún Diego es el del altar, y Messi el Mesías.






En el repaso de sus 30 años en la Argentina, Víctor Hugo Morales no soslaya la importancia de su trabajo puntual y, en ese paquete, lo que fueron sus relatos emblemáticos.

Hay un paradigma, claro está, convertido ya en leyenda: aquel del «barrilete cósmico» en el segundo gol de Diego Maradona en el Argentina 2 – Inglaterra 1 por los cuartos de final del Mundial de México 1986, en el que el seleccionado nacional salió campeón.

-¿Lo recuerda, Víctor Hugo?

-Cómo no.

-Por las dudas, entonces: «La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona. Lo marcan dos. Pisa la pelota Maradona. Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el tendal y va a tocar para Burruchaga. ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta… Goooooool. Gooooool. ¡Quiero llorar! ¡Dios santo, viva el fútbol! ¡Golaaaaaaazooooooo! ¡Diegooooooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme. Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos. Barrilete cósmico. ¿De qué planeta viniste? Para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina. Argentina 2, Inglaterra 0. Diegol. Diegol. Diego Armando Maradona. Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2, Inglaterra 0».

-¿Saben qué? Durante años no quise escucharlo. Lo hice al otro día del partido y no me sentí bien, me dio un poco de vergüenza.

-¿Por qué?

-Suelo decir que fue como si me filmaran un día que me dio por salir corriendo borracho por la calle y luego me pasaran la película. Les cuento algunos hechos que recuerdo de ese episodio. Sé que por un instante me quedó la mente en blanco, una especie de emoción violenta como la que suele mencionarse en hechos criminales. Que blandía el puño hacia alguna gente. Que lloré, claro, recuerdo que lloré.

-Y después, durante buena parte del relato del partido entre Argentina e Inglaterra, se la pasó pidiendo disculpas.

-Es verdad, porque sentía que había hecho una macana. Así que en efecto pasó bastante tiempo antes de aceptar el relato y confieso que sólo lo escucho cuando me sorprenden. Pero el tiempo me fue poniendo a buenas con el gol. Un día empecé a decirme que quién era yo, qué clase de desagradecido a la vida era yo permitiéndome negar el episodio más trascendente de mi vida como relator.

-¿Qué le objeta puntualmente a ese relato?

-El exceso y la falta de detalles en la narración. «Genio, genio, genio, tatata…», qué se yo, no tiene nada de descripción. Diego pasaba tipos como si fuesen conos y yo dale con «genio, tatata».

-De todos modos, con sus dudas, con sus cuestionamientos, entiende que, al menos en su condición de relator y para el pueblo futbolero, es el momento más importante de sus 30 años aquí.

-Claro que lo entiendo. Es lo único que habrá de sobrevivirme profesionalmente. Cuando sea nada más que huesos o polvo alguien escuchará ese gol. Nada menos que eso le debo a Diego. La posibilidad de haber dejado un rastro, una huella. Y en vida me dio afecto, trascendencia fuera de fronteras, respeto entre los colegas relatores.

-¿Recuerda por qué fue un relato tan visceral?

-Una prodigiosa combinación entre el arte de Diego y algunas cuestiones personales. El gol fue maravilloso y aunque siempre se habla de la expresión «barrilete cósmico», creo que el acierto mayor fue declararla la jugada de todos los tiempos.

-¿Y las cuestiones personales?

-Creo que, en principio, se mezcló lo de Malvinas, que aún era una herida abierta toda vez que se pensaba en los ingleses. Allá en México se disimulaba, pero todos sabíamos del profundo deseo de los argentinos por ganar ese partido, aunque más no fuera ése. Y otro hecho era una cierta bronca con México porque le daban la contra a la Argentina y también a Uruguay, eso lo padeció mi mujer en la tribuna en un partido de la «Celeste».

-Evidentemente se le mezclaron varias cosas.

-Exacto. Por eso gritar el gol en ese escenario de los pupitres de la tribuna, ante algún colega mexicano que tenía especialmente identificado, me dio muchísimo gusto. En cierto modo también me dolía, porque México ha sido un país muy especial para mí. Era Cantinflas, Miguel Aceves Mejía, José Alfredo Giménez… Había ido de luna de miel porque tenía fascinación por el país y, miren cómo son las cosas, hoy un hijo mío vive en México, está casado con una mexicana y tengo un nieto mexicano.

-¿Y desde el costado puramente futbolístico, no había nada?

-Sí, había también. Alimentaba la locura en el relato el hecho de tener razón, algo que el ser humano anhela más que nada.

-¿En qué le daba la razón aquel gol de Maradona?

-En haber sostenido a Carlos Bilardo. En medio de todo lo que se oponía a la Selección de Bilardo, yo había hecho una buena apuesta personal, muy convencido y con esa desmesura que suelo aportar a mis convicciones. Ganarle a Inglaterra era ver el pronóstico cumplido. Todo eso fue parte del relato.

-Hay otro relato simbólico de un gol de Maradona.

-A ver…

-… Redondo para Maradona, Maradona para Redondo, Redondo para Cani, Cani para Redondo, Redondo para Maradona, Maradona en la media luna, tiróooooo, ¡gol! ¡Goooooooooolllll! ¡Gooooooolllll argentino, Mmmmmmaradona! Un maravilloso remate al ángulo superior derecho como fin de una jugada fantástica del equipo argentino, una sucesión de toques, no se sabía dónde estaba la pelota, parecía en un flipper, pero toda la maquinita parecía azul. Finalmente Diego Armando Maradona sin que nadie lo esperara sacó un remate soberbio al ángulo superior derecho. Aquí los argentinos cerca de la cabina de Radio Continental se miran con asombro y se dicen: «¿Pero vos viste lo que fue eso? ¿Pero vos te das cuenta? ¡Está vivo! ¡Gardel está vivo!». Remató de media vuelta, la puso en el ángulo y Maradona, acordándose de un griego que solía hablar con humildad, esta vez dijo: «De fútbol lo sé todo».

-El gol de Diego a Grecia, tercero de Argentina, en el Mundial de Estados Unidos 94.

-Exacto.

-¿Ven? Lo comparo con el relato en México y digo: es genial. Pido perdón por decirlo así, me abochorna, pero es lo que siento. Es un relato extraordinario. Hay detalles, velocidad, un anticipo increíble porque se escucha claramente que la gente clama el gol después de mi grito. Eso es un buen relato de un gol.

-Pero, eso sí, siempre Maradona…

-Sí, siempre Maradona en mi vida de relator. El primero en la Argentina, aquello de «la soltó como una lagrima»; uno en Florencia, «si viviese Miguel Ángel te pinta, Diego, te pinta». El gol a los ingleses. Los que le metió a Belgica en las semifinales del Mundial de México, uno que hablo de que por la tangente de la tierra, no se qué cosa, algo de los tapones de los zapatos de Diego, el mundo a los pies de Maradona; el pase a Caniggia contra Brasil en el Mundial de Italia 90, el último gol que metió con la camiseta de Boca (aquel globo impresionante contra Belgrano)… Diego fue siempre el gran estímulo a la imaginación de los relatores y los comentaristas. Lo que Mozart o Picasso para un analista de arte, eso fue Diego para mí.





La charla con Víctor Hugo Morales llega a su final. Y el último repaso es sobre su historia personal con los Mundiales, desde el de Argentina 1978 al de Sudáfrica 2010. Siempre, claro, con la imagen de Diego Maradona sobrevolando.

-¿Qué es un Mundial?
-Es una carrera de 100 metros, normalmente un impostor en cuanto a los resultados porque puede ganar cualquiera. Los de México 1970 y Alemania 1974 me quedaron atravesados porque trabajaba en radios chicas que no tenían dinero para pagar los derechos. Mi primer mundial es el del 78. Vine a relatar para radio Oriental, de Montevideo. Lo viví a pleno, con enorme felicidad, con la alegría de que se jugaba en la Argentina pero, a la vez, con la enorme frustración de que Uruguay no estuviese, como no estuvo en España 82. Se perdió los dos Mundiales que no debía perderse.

-¿Disfrutó el Mundial de la Argentina?
-Sí, lo disfruté a pleno. Vine a transmitir a la Argentina campeón del mundo. Me pareció que era un resultado normal, que perfectamente Argentina le podía meter cinco goles a Perú. No vi nada raro detrás del resultado porque para mí, insisto, la Argentina campeón del mundo era un final lógico, comprensible. Sí se armó un debate en otro sentido.

-¿En cuál?
-En el puramente profesional, porque inauguré, al menos en este ámbito, las transmisiones «off-tube». Salvo el partido inaugural y los de la Argentina, el resto de los encuentros los transmitimos desde Colonia, con mi equipo. Eso provocó un gran debate en el mundo periodístico de mucha gente que después no tuvo más remedio que hacer las transmisiones así. Y esa fue una jugada mía que salió muy bien, tuvo mucha fuerza.
-Saltemos al Mundial de España 1982.
-Fui con la convicción de que la Argentina era favorita, por mantener el plantel que había ganado el Mundial anterior y, además, con Diego Maradona. Había toda una polémica que envolvía a César Luis Menotti, al equipo, que francamente ya no recuerdo. Y en lo futbolístico un resultado negativo con Bélgica en el primer partido condicionó su marcha en el resto del certamen. En ese partido se perdió todo, no le permitió una progresión y, apenas salió de su grupo clasificatorio, lo que le tocó era terrible.
-Italia y Brasil.
-Exacto. Pero, en lo personal, creo que en España 82 logré uno de los mejores relatos de mi carrera, en la vuelta olímpica de Italia tras vencer en la final a Alemania, porque tiene momentos muy buenos de narración y descripción. Y además estaba el hecho de que a mí me gustan los Mundiales en Europa, los que se juegan en países a escala humana digamos. Detesté los Mundiales en Estados Unidos (94) y Corea-Japón (2002), fui solamente a trabajar.

-Queda hoy la sensación de que esa década, la que incluyó los Mundiales de España 82, México 86 e Italia 90, fue clave en su vida profesional y personal, ¿es así?

-Puede ser, sobre todo porque los Mundiales del 82 y 86 conforman el más alto nivel de la historia del fútbol mundial.

-¿Por qué?
-Por el juego y por la cantidad de selecciones que tuvieron chances y que jugaron bien y que participaron con posibilidades. Grandes equipos. Mayor número de partidos tremendos. La Selección Argentina hizo en México 86 el mejor fútbol que haya visto yo en un Mundial. Y en el de Italia, que casualmente fue el peor de los campeonatos del mundo, es al que vuelvo desde la nostalgia.

-Explique eso.
-Humanamente fue para mí el mejor de los Mundiales porque, primero y la que ya dije, los países europeos te permiten vivir en lugares a escala humana: trasladarte en tren, ir en auto de una ciudad a otra. Ver todo. Estar feliz con la convivencia mientras no hay futbol, feliz con lo que ocurre. Saltar de Italia 90 a Estados Unidos 1994 fue un golpe insoportable, lo mismo que pasar de Francia 1998 a Corea-Japón 2002. Esos Mundiales no me llenaron.

-Pero cómo, en el marco de sus recuerdos, un campeonato tan pobre en lo futbolístico como el de Italia está entre sus preferidos.

-El Mundial fue horrible, es verdad, pero los partidos que Argentina les ganó a Brasil y a Italia son imposibles de olvidar.
Y, para mí, sobre todo el retorno de Nápoles después de ganarle a Italia por penales. Es uno de los episodios más lindos de la vida.
Un grupo de amigos, volviendo felices. La experiencia de entrar a Roma a las tres de la mañana viniendo de Nápoles, y encontrar el silencio más grande que vi en una ciudad en toda mi vida.

-¿Qué otro recuerdo puntual le quedó de ese partido?
-La hazaña completa. Los relatores recordamos los goles por cómo los relatamos. Y los partidos por cómo nos fue, no solamente por los resultados. Ese partido contra Italia era imposible de ganar, ¿cómo ibas a sacar a Italia de su campeonato del mundo? Y Argentina la sacó bien. Fue mejor que Italia. Desde México 86 en adelante, ese fue el único gran partido de Argentina. Y nosotros hicimos una gran transmisión. En esos tiempos disfrutamos mucho porque apareció una comunicación muy fluida con Italia. Fue desde el punto de vista periodístico el más grande trabajo radial que hice con un equipo en mi vida. Se juntó un trabajo impecable con el acceso de la Argentina a la final, más allá del pobre nivel futbolístico del campeonato, y por eso no lo olvido más.

-Después, ya lo dijo, el de Estados Unidos 94…
-… fue un Mundial que no debió jugarse ahí. Los Mundiales deben jugarse en países que tienen pasión real por el fútbol. No me acuerdo ni de los detalles, ni de los partidos. No me sentí cómodo ni me gustó nunca, antes, durante o después. Solamente recuerdo las grandes distancias, de Boston a Dallas, y esas cosas.

-Pero tuvo revancha en Francia.
-Claro, ahí me sentí como pez en el agua. Lo mismo que en Alemania 2006: la pasé genial en Alemania, me llevé una felicidad inmensa en lo personal. Alemania siempre fue muy grata con la Argentina, muy cordial, y yo lo pude palpar allí. En cambio, como dije también, de Corea-Japón tengo apenas recuerdos y lo mismo me pasó en Sudáfrica, el año pasado: no me interesó prácticamente en ningún sentido. No me interesaron las ciudades, ni culturalmente. Después de recorrer los museos donde están las miserias humanas más espantosas que se vivieron ahí, el interés decae. Después no hay nada que prácticamente te diese satisfacción.

-Pero hagamos un repaso desde el aspecto futbolístico.
-Creo, en principio, que hay una enorme injusticia respecto del reconocimiento del seleccionado del 98, dirigido por Daniel Passarella. Quedó eliminado en cuartos de final ante Holanda en un partido que tranquilamente pudo haber ganado. Pero peor es lo de 2002: la enorme frustración de quedar eliminados en la primera rueda se terminó imponiendo a lo que fueron, para mí, cuatro años de gran fútbol de la Argentina. La Selección fue grande como nunca en esa etapa.

-No le importa a usted el resultado del Mundial.
-No, no me importa. Sé que a la gente sí, lo que está vendido es eso. Mi cabeza está hecha de otra manera para evaluar eso. Me quedó un gusto amargo por lo que le quedó a la sociedad futbolística argentina pero no por mí.

-No cambió su valoración por Marcelo Bielsa.
-De ninguna manera. Bielsa sigue siendo para mí un verdadero genio, el mejor entrenador de fútbol del mundo. Pero por escándalo.
Y el más coherente de los directores técnicos. En todos los rubros es un tipo que no tenés manera de vulnerar y sobre todo por su continuidad en sus convicciones a rajatabla en cualquier lado. El va con Chile a jugar el campeonato del mundo y lo juega muy bien. Le juega a Brasil y a España de la misma manera que intentó jugarles a los equipos que son sus iguales o inferiores.

-¿Y qué concepto tiene del equipo de José Pekerman en Alemania?
-También fue un buen seleccionado. Me gustó el fútbol que desplegó Argentina. A veces me da mucha bronca porque lo que se le ve al Barcelona es casi una sobreactuación de una idea, pero la Argentina del 2006 jugaba como España.

-De ese Mundial, entre otras cosas, se recuerda a Lionel Messi en el banco de los suplentes en el partido con Alemania mirando al piso, a un costado. ¿Tiene ese registro?
-Sí, tengo ese registro. Y creo que para Messi fue una gran experiencia. Pekerman quizás cometió un error, pero a Messi le vino fantástico. Pekerman terminó haciendo mucho por Messi. Nunca será valorado ni por el propio Messi pero la lección de vida de haberlo dejado ahí es muy fuerte. Tal vez no le sirvió a la Selección porque creo que no debió privarse de Messi, pero Messi tampoco cambiaba la ecuación decididamente. Me parece comprensible lo que hizo Pekerman.
-Nos resta el de Sudáfrica, con Diego en el banco.
-Iba todo muy bien. Lamenté muchísimo lo que pasó. Si Diego hubiese jugado el Mundial como lo hizo con Alemania en un amistoso de marzo previo (triunfo 1-0, gol de Gonzalo Higuaín), ahí tenía el equipo, la forma de jugar. A Diego lo seduce y lo condiciona en Sudáfrica tener seis delanteros fantásticos. No podes dejar a cuatro en el banco, es demasiado. Entonces se le ocurre jugar con tres y eso que le iba a dar resultado contra rivales más débiles, ante equipos más fuertes era un riesgo.

-Más allá de que en algún momento pudo empatar…
-… cuando estaba 0-1, es verdad, y podríamos estar hablando de otra cosa. El segundo gol de Alemania se produce cuando Argentina merecía el empate. Así lo dije en mi relato. La madre del borrego fue que se saliese del 4-4-2 que le había dado tan buenos resultados. Entiendo por qué lo hizo. Fue de mayor a menor. Ya contra México hubo declinación y triunfo no demasiado justo y fue el anticipo de lo que podía ocurrir con Alemania. No me gustó el descalabro posterior, el sentido autodestructivo que le ganó al equipo después del segundo gol de Alemania.

-Víctor Hugo, en la entrevista anterior hablamos de los relatos emblemáticos de su carrera, pero nos quedó uno en el tintero, con el que nos gustaría cerrar la charla.

-Con cuál.
-El de la «Mano de Dios», el primero de Maradona a Inglaterra en los cuartos de final de México 86.
-Es el que define mi vida como relator.

-¿Por qué?
-Porque es el relato que quiere el espectáculo pero también quiere la objetividad del hecho en sí mismo. Creo que es un portento de relato de criterio independiente. Lo quiero más que al otro que hice ese día, fruto de inspiración, visceral, emocional, pero el relato del gol con la mano está hecho del sentido periodístico que le doy a mi vida, que es el rigor de la incapacidad de ocultar un hecho que no sea conveniente para lo que uno tiene su audiencia, es decir: lo políticamente no correcto.

-Usted dice que fue con la mano.
-Exacto. Y hay una anécdota que después me condicionó muchísimo: le pregunté al aire al ya fallecido compañero y amigo Ricardo Sciocia, que estaba en estudios: «¿El gol fue con la mano?». Y me dice: «El gol fue de cabeza». Me quería morir. Yo había dicho que fue con la mano. Me quedé como un pollo mojado, me quería morir.

-Pero fue con la mano.
-Fue con la mano.

-Entonces, ¿ese gol con la mano qué simboliza en su carrera?
-Simboliza la capacidad para decir la verdad.



 Fuente: Julio Boccalatte y Marcos González Cezer.Agencia TELAM | abril 2011
 http://www.telam.com.ar/


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